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Comenzamos con una premisa sencilla, una pregunta....
Si supieras que un libro está maldito... ¿¿lo leerías?? Esa pregunta es la excusa que la profesora de Literatura Inglesa y Escritura Creativa de la Universidad de Kent, Scarlett Thomas, nacida en 1972, utiliza para trasladarnos a través de las páginas de “El Fin de Mr. Y” a una vorágine de ciencia y literatura ancladas en el siglo XIX.
Este es un libro recomendable, intenso y muy entretenido, cosas que no están para nada reñidas y que hará las delicias de los aficionados a la ciencia ficción más light, a la literatura, a la pseudociencia y a las teorías extrañas.
El tomo llama la atención desde lejos, centrando la vista en una lámpara de gas típica del siglo XIX a través de una espiral de símbolos y colores cálidos. Enroscándose alrededor, las palabras del título explotan de repente en la cabeza, mostrándose finalmente un juego de palabras velado que no revelaré aquí (pero que es sumamente sencillo, sobre todo dada la fonética castellana). Tras la lectura, se extraña el juego que podría haber dado un diseño de edición más cercano al del propio “El Fin de Mr. Y”, jugando de esa forma el juego que nos propone la autora de literatura dentro de la literatura.
Porque “El Fin de Mr. Y” es a su vez el título de cierto libro, como era de esperar maldito, alrededor del que gira la novela. El (ficticio) escritor Thomas Lumas, coetáneo del siglo XIX, escribió numerosos escritos que se relacionaban estrechamente con las teorías científicas de su época, acercándose más a la visión romántica y literaria que al frío método científico que nos ampara ahora. Su última novela, de la que, se dice, sólo queda un ejemplar (guardado en una caja fuerte alemana), obra como misterioso necronomicón y codiciado códice para los pocos que conocen la obra de este autor, un libro que trajo la muerte a todos los que con él se relacionaron. Curiosamente la autora se atreve a escribir fragmentos del propio libro, cosa arriesgada siempre, con suficiente buen hacer como para cambiar, durante esos momentos, el tono de la narración, y parecer realmente una novela escrita en el siglo XIX.
Desde el principio nos sorprende el estilo escogido para la narración. Ariel Manto, la protagonista de la historia, nos narra en presente los sucesos que la zarandean, atada como está a la figura de Lumas. Este estilo, que al principio produce extrañeza, pronto se descubre como un recurso que dota de una agilidad enorme al relato, y que le permite manejar con maestría los múltiples flashbacks en los que se descompone la vida de Ariel. Además tiene un sentido propio y profundo, que no quiero revelar, pero sí encriptar. Y es que el libro es una pédesis en la mente de Ariel, en la que acompañamos a la autora (fuerza motriz de dicha pédesis), que selecciona para nosotros los recuerdos más importantes para dar explicación a los hechos. Cuando comprendáis el sentido que tiene en la novela el término de pédesis comprenderéis a qué me refiero, y la astucia de la autora al usar la narración del presente sin explicar por qué, esperando que nosotros descubramos esa razón.
En cuanto a ella, a Ariel Manto, es un personaje interesante y carismático, una criatura adicta a todo lo que puede ser adicta, desde el tabaco y el café hasta al propio dolor. Su terrible infancia, a la que accederemos con su permiso (aparentemente), le marca y transforma en un ser huidizo y temeroso, cual ratón humano. Y es que los ratones son importantes. Debido a una serie de casualidades, en las que el azar no tiene tanto que hacer como a priori se presenta, Ariel Manto acaba teniendo en sus manos un ejemplar del citado libro maldito, momento que es motor indiscutible de la novela, y que alterará para siempre no solo su vida, sino su concepto del Universo, la materia y los seres que la rodean.
El carácter del libro es profundamente mutante. Abro un inciso sobre este tema, ¿habéis intentado atrapar algún dios marino? Yo no, pero hay suficiente literatura como para conocer el método. Estos dioses son metamórficos, y ante cualquiera que intente apresarlos o molestarles, por mero reflejo intentan transformarse en cosas peligrosas para alejarlos. El método para capturarlos es atraparlos con fuerza, y, a pesar de que muten, no soltarlos. También ese es el método para leer “El Fin de Mr. Y”. Porque el comienzo del libro, en el que se nos presenta un ambiente relajado, distendido, universitario y tristemente realista, lleno de tazas de café y humo de tabaco, y de conversaciones presentes y pasadas; se rompe por completo al saltar a la siguiente parte, en la que una ciencia ficción filosófica se asienta, cual metáfora de videojuego on-line, y establece a su vez una serie de parámetros para, en el siguiente salto, volver a romperlos. Todo transcurre con una agilidad narrativa que engancha al lector, y lo traslada a través de los cambios, en los que podremos descubrir todos los secretos que la autora nos ha ido guardando. Tanto cambio puede marear, puede hacernos querer soltar el libro, pero mi consejo es mantenerlo bien agarrado, porque, como ocurría con los dioses marinos, aguantar merece la pena.
Finalmente reseñar la gran habilidad de la autora, su enorme cultura e inteligencia, que se demuestran no al escribir un ensayo complejo e intrincado, en el que el profano se pierde entre referencias vacías y fórmulas sin sentido; sino, precisamente, en la expresión de los grandes paradigmas de la física y la ciencia de finales del siglo XIX y principios del XX, desde la teoría del éter lumínico hasta el colapso de función de onda, con suficiente habilidad como para ser comprensible por gente procedente de cualquier rama cultural. No en vano la protagonista es una estudiante de literatura fascinada por la física.
“El Fin de Mr. Y” es un libro recomendable, intenso y muy entretenido, cosas que no están para nada reñidas, que hará las delicias de los aficionados a la ciencia ficción más light, a la literatura, a la pseudociencia y a las teorías extrañas; y Scarlett Thomas merece ser tenida en cuenta en el futuro. Ya sólo queda una cosa por hacer, y es que la pregunta con la que se inició todo no parece del todo correcta, así pues, es mejor reformularla.
Si supieras que un libro está maldito ¿acaso no lo leerías?
Fuente: http://www.fantasymundo.com/articulos/1768/fin_mr_scarlett_thomas